De ramos, pandemias y temblores

Hace mucho quería compartirles una reflexión que la provoca mis pasadías por las redes sociales con las experiencias que vivo en la intimidad.

Me motiva unos de los días en calendario que más anhelo conmemorar en la Semana Mayor, el Domingo de Ramos, donde los creyentes celebramos la entrada triunfar de Jesús a Jerusalén.

Me traslado a enero 6 de 2020 en la Playa de Guayanilla. Fue el primer terremoto que despertó todo lo que no sabía que existía en mí: un pánico por morir. Por un minuto, ¡quizás!, hice no sé cuántas cosas para llegar y encontrar a mis padres orando en su habitación. Cogerlos durante su manifestación de emociones para abrazarlos con el fin de transferirle “un todo va a estar bien”. De un momento terrible, se convirtió en una expresión de amor, de honrar a mis padres como manda Dios y ser incondicional. ¡Así como son los padres son con sus hijos!

Jamás, me pude imaginar que en las próximas horas la tierra volvería a temblar y despertar todo un país, ya que el suroeste de la isla no había dormido. En esta ocasión, el pánico lo vivimos en la distancia con un plan de acción. Movilización a lugares seguros por la alerta de Tsunami. Yo había regresado a mi hogar de adulta y decidí trasladarme con una familia muy especial Pucho, Laly y Lita. Mis padres rápido actuaron en llamar y salvar sus vidas en los brazos de mi hermano en una montaña. Un cerro que hoy lo visualizo como la colina donde Jesús fue a orar sin cesar para recibir la voluntad de su Padre entregándolo como salvador del mundo.

Para los que nos gustaba tener el control de todo, la vida nos despertó. Tuvimos que aceptar que los terremotos venían para cerrar una rutina expirada en nuestras maneras de ser con misma, con la familia, con el entorno y con Dios. Llegó el momento del despertar y transformarse.

Fueron días intensos de adiestramiento para el alma, el espíritu y el físico. Los tres en uno, lo que somos. Para esto me acompañó una canción que salió en el preciso momento de derramamiento de lágrimas en unos de mis viajes al área sur, el Sonido del Silencio de Alex Campos.

“El sonido del silencio donde sé que escucharas, el susurro
De mi canto y el grito de mi llamar, el llamado de mi alma
Pidiendo tu libertad”, El sonido del silencio de Alex Campo.

La diferencia para seguir con vida la hizo la confianza, la fe y la esperanza en toda esa palabra bíblica que los creyentes estamos recibiendo en el templo, en el hogar, por un familiar, por los medios de comunicación, por un mensaje, por un extraño, por un meme, por una visión, por un sueño, por una voz interior, por una canción, por más revelaciones que usa Dios.

El tiempo ha pasado. La vida no es la misma. No ha sido la misma después de vivir momentos como los del terremoto. Otra alerta que llegó después de experimentar el huracán María en el 2017. ¡Sí, ha sido un entramiento de alto rendimiento! Podemos decir que nos podemos comparar con un atleta olímpico, que además de entrenar su musculatura, entrena su alma y su espíritu para gracia de Dios.

Dentro de este plan divino, llega la pandemia del COVID19 en diciembre del pasado año en China y se ha propagado de manera acelerada hasta llegar a Puerto Rico a mediados de marzo. Es un nuevo miembro de los coronavirus que no tiene vacuna de manera inmediata a pesar de los avances científicos que tiene la medicina. La cura ha sido volver a lo básico: la higiene personal y colectiva.

Muchas veces pecamos de incrédulos. Lo leí muchas veces y fui interrupción con esas personas que creían que los temblores eran cosas pasajeras – sigue temblado – y no les iba afectar. Solo era mirar lo centrado en su yo y no en el colectivo.

En el momento que escribo esta reflexión, el COVID19 ha obligado a mirarnos como un todo y no como un individuo. Ha despertado la atención de todas las razas, géneros, convicciones religiosas y líneas partidistas. No ha escatimado en ponernos a gastar lo que por ambición nos ha alejado de la comunión con Dios, el amor incondicional de la familia, apreciar nuestra naturaleza y todos los dones que por gracia se nos otorgan.

En este Domingo de Ramos podemos dejar entrar – si no lo has podido hacer – la misericordia, el perdón, la sanidad espiritual y del alma, la comprensión, el amor entre todos y la oración.

La vida NO será igual. Para mí no lo ha sido después de María, ni de los terremotos, tampoco lo será después de esta pandemia, porque yo quiero ser transformada para bien. Esto que vivimos son pasos en esa escalera que subimos a la meta que deseamos como seres humanos.

Invita a Jesús a entrar a tu corazón.

Te invito a que te contagies de todos esos detalles positivos que descubres en cada “crisis” que estamos expuestos a vivir. Adóptalos en tu nueva forma de ver y pasear por la vida.

Todavía estás a tiempo. Es un ejercicio individual, que se puede propagar a la humanidad.

¡Bendecidos!

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